martes, 19 de marzo de 2013

Francisco I



por Atilio Borón 
Hoy el mundo ha cambiado mucho: el imperialismo ya no tiene, tal como lo reconocen sus propios intelectuales orgánicos, la gravitación del pasado. Los rivales son más numerosos y diversificados, yeconómicamente mucho más fuertes que lo que eran la URSS y los países de Europa Oriental. Sus aliados, además, son más débiles y vacilantes.
La Iglesia, a su vez, se ha visto debilitada por una interminable sucesión de escándalos y carece de la credibilidad que había ganado en los años de Juan XXIII.
Además, si se quisiera lanzar todo su peso para desestabilizar los procesos bolivarianos en Venezuela, Bolivia y Ecuador o las experiencias de transformación política en curso en otros países de la región la respuesta será muy diferente a la que hace más de treinta años se verificara en el Este europeo.
Aquí se trata de procesos que cuentan con un enorme apoyo popular que ni remotamente existía allá, y por consiguiente el proyecto de las derechas latinoamericanas organizadas, orientadas y financiadas por el imperio- de reutilizar el ariete eclesiástico que tan buenos resultados le diera en Europa Oriental para acabar con los gobiernos progresistas y de izquierda en la región terminaría en un rotundo fracaso. 

La “
revolución de terciopelo” de Checoslovaquia nada tiene que ver con la revolución bolivariana de Venezuela, Evo Morales no es Lech Valesa, y Correa no es Ceacescu.
No sólo los procesos y la época histórica son distintos: los enormes problemas  que enfrenta hoy la Iglesia(crisis financiera, delitos económicos del Banco Vaticano, alianzas con intereses mafiosos, pedofilia y sus juicios, el celibato sacerdotal, la incorporación de la mujer al sacerdocio y el postergado aggiornamiento reclamado por Juan XXIII ) difícilmente le permitirán a Francisco dedicarle demasiada atención a lo que ocurra en los países de Nuestra América.
Es un buen administrador y tendrá que poner la casa en orden. Es también un muy hábil político, y sabe quemuy pronto deberá convocar a un Concilio que permita destrabar viejas disputas que están corroyendo a la Iglesia y aislándola cada vez más del mundo real.
Hace exactamente quinientos años Nicolás Maquiavelo diagnosticaba en El Príncipe que para salvarse la Iglesia necesitaba una revolución.
Tal cosa no ocurrió. Cuatro años más tarde, en 1517, estallaba la Reforma Protestante de Martín Lutero, yla revolución quedó congelada. Ahora, la revolución es muchísimo más urgente y necesaria que antes. Si Francisco fracasa en este empeño la suerte de las dos veces milenaria institución se verá muy seriamente comprometida.
No hay que engañarse con las cifras manejadas por la prensa en estos días: de esos mil doscientos millones de católicos en todo el mundo los realmente practicantes son una ínfima minoría, que además se achica cada día.
Pretender socavar los procesos emancipatorios en curso en América Latina y el Caribe sería una pérdida de tiempo, el pasaporte para una segura derrota y un esfuerzo que desviaría al Papado de su desafío fundamental.
Tal vez por eso Leonardo Boff confía en que, pese a sus antecedentes, Francisco se abstendrá de seguir el curso que la derecha y el imperialismo le instan a seguir y elegirá en cambio el camino de la reforma. En pocos años la historia ofrecerá su veredicto.

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