Toda disputa política es un combate de interpretaciones de la realidad. Y de los intereses que esas interpretaciones encarnan, especialmente en el plano económico.
En los medios, hay mayoría de actores que están en contra del gobierno y separan sistemáticamente los análisis de la realidad nacional del contexto mundial. “El relato oficial” es el santo y seña sospechosamente generalizado entre los comentaristas del establishment, incluidos los recién llegados desde una trayectoria crítica y progresista. El relato no es, desde esta perspectiva, una construcción de sentido disponible para la interpretación de los acontecimientos particulares; no es un paradigma ni una hoja de ruta programática: es una retórica engañosa y encubridora. No se opone al relato de quienes apoyan al Gobierno un relato alternativo de oposición; simplemente se prescinde de cualquier trama lógica e histórica en la cual inscribir los hechos de la realidad. Hechos, puros hechos, sin historia ni sentido.
Aun así, los análisis de la coyuntura, incluso los que se suceden vertiginosamente en las redacciones de los medios dominantes tienen, implícita o explícitamente, la pretensión de la previsión política. ¿Es realmente previsible el futuro político?
Durante el S.XIX se inició la Sociología, la idea de estudiar a la sociedad con los métodos de las ciencias naturales. Hoy rendimos justo homenaje a los fundadores del pensamiento social, pero no estamos dispuestos a aceptar sus profecías, sea que rematen en el dominio de la “ciencia positiva” o en la “sociedad sin clases”.
Sin embargo, todos queremos prever. Y deberíamos también reconocer que en ese esfuerzo por prever, cualquier analista –aun los periodistas más puros e independientes– pone en juego sus deseos personales y/o los objetivos del grupo político o social del que forma parte. Decía Antonio Gramsci: “...es absurdo pensar en una previsión puramente, ‘objetiva’, Quienes prevén tienen en realidad un ‘programa’ para hacer triunfar y la previsión es justamente un elemento de ese triunfo”. Es que la previsión, en los asuntos sociales y políticos, no es la visión anticipada de procesos inevitables, sino que incluye la acción de millones de hombres y mujeres. Y esto no es todo; incluye también el efecto de mi propio análisis, en la medida en que éste pueda adquirir significación en la acción político-práctica.
Cuando la derecha “prevé” el encadenamiento de una crisis económica, un estallido social generalizado y el consecuente descalabro político en el futuro argentino inmediatamente próximo, está, en realidad, apostando a la eficacia de todas las acciones que puedan converger en una dinámica de esa naturaleza, sin excluir el sabotaje de aquellos líderes y sectores que, hasta hace muy poco tiempo, consideraba parte de lo peor de la sociedad argentina. Pero la “apuesta” no es un acto analítico, es una disposición política. Significa que el analista toma posición a favor de ese curso de los acontecimientos. Y significa más: que su propia praxis de analista va a actuar en esa dirección.
Del mismo modo pueden pensarse las apuestas de aquellos analistas que apoyan al Gobierno. Los mejores de ambos campos observan la existencia de tendencias contradictorias y saben que cada una de esas tendencias cuentan con recursos para intentar alcanzar sus fines. Saben también que el resultado no está predeterminado, pero colocan su trabajo al servicio de un curso determinado de los acontecimientos. Ambos “prevén”, no en el sentido del pronóstico o la profecía, sino en el sentido de la detección de las tendencias contradictorias y la toma de posición en el choque entre esas fuerzas.
La obsesión del frente opositor –cuyo núcleo más firme y coherente es la clásica derecha argentina– por ocultar los términos estratégicos y programáticos del debate y proceder a la estetización, la moralización y la neutralización sistemática de las diferencias políticas no es un acto inocente ni un error metodológico. Se habla del carácter de la Presidenta, de la escenografía de sus intervenciones públicas, del último escándalo real o supuesto y de la falta de conferencias de prensa –entre otros innumerables tópicos de la neutralización política– para no aceptar la existencia de problemas sustantivos que están en juego. Para no conectar las imágenes de la crisis y la protesta en España con nuestra propia historia. Para no definir una posición sobre la discusión de paradigmas que hoy recorre el mundo. Para no reconocer que la política de estímulo de la demanda, de aumentos del salario real y las prestaciones sociales, de incentivo del crédito a partir de la “no independencia” del Banco Central, de no sometimiento a los mercados internacionales de crédito tiene una y sólo una alternativa. En la mejor línea de lo que preconiza Gene Sharp.
Todo esto, sin olvidar que la política
no es puro debate. Es conflicto, es hegemonía y es poder. Y que el
vértice de una concepción democrática del poder es el sufragio
universal como único medio para obtener el gobierno. La derecha,
como lo demuestran los hechos de Paraguay y los intentos que puso y
pone en marcha en otros sitios de nuestra región, no está
definitivamente afiliada a esta noción de la democracia.
Extractado y ampliado de una nota de Edgardo Mocca en Página 12 del 22 de julio.
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