Neoliberalismo, hegemonía
y violencia estatal
(Fragmentos de una
entrevista a Pilar Calveiro)
Ninguna hegemonía es completa. Implica
sí una determinada organización de las relaciones de poder que se
sostiene, a la vez, en el uso de su potencial coercitivo y en la
fuerza del discurso. Pero todo sistema hegemónico tiene fisuras y
genera fuerzas contrarias que lo cuestionan, lo debilitan y
eventualmente lo derrumban, obligándolo a transformarse
constantemente. En otras palabras: no hay poder sin resistencia y la
historia de las sociedades se escribe con ambos. La nueva hegemonía
se presenta como razonable, deseable e incluso inexorable para la
mayoría. Sin embargo, no deja de haber luchas y oposiciones que
resultan decisivas para fijar ciertos límites y modificar así los
recorridos futuros.
Creo que estamos en el medio de una
reorganización hegemónica del capitalismo, de carácter planetario
y global, de la que sólo alcanzamos a reconocer algunos aspectos.
Identificamos la trasnacionalización de la economía y de la
comunicación, mediante procesos de extraordinaria concentración de
la riqueza, de toda clase de recursos. Todo aquello que impida o
debilite este proceso de concentración y polarización representa
una fisura en la actual reorganización.
En este sentido, las políticas
desarrolladas en algunos países de América del Sur, como Argentina,
sin ser abiertamente contrarias a la reorganización neoliberal, al
aceptar algunos lineamientos pero rechazar otros o sencillamente
condicionarlos, representan fisuras significativas, que es importante
valorar en este contexto, por completo adverso.
Todas las formas de protesta desde la
sociedad civil representan fisuras y esto está ocurriendo tanto en
los países centrales como en la periferia. Sin embargo, muchas de
estas luchas menosprecian la lucha partidaria electoral. Es un error:
acceder a los gobiernos no es irrelevante ya que estos –
acompañados por sus sociedades- pueden ser instancias decisivas para
demorar, entorpecer y así desviar los rasgos más letales del actual
modelo.
No hay motivos para pensar que el
neoliberalismo está en crisis. Más bien el neoliberalismo ha dado
lugar a una serie de crisis, que pagan los sectores sociales
excluidos del modelo, a la vez que se confirma la concentración de
la riqueza y la incorporación de todos los ámbitos de la vida
humana a la lógica del mercado, como parte del éxito de sus
principios básicos. Si el neoliberalismo es la restricción de la
participac corresponde ión del Estado en la economía – vigilada
por organismos internacionales-, la restricción de los gastos
destinados a políticas sociales, la privatización de la mayor parte
de los bienes públicos, la apertura irrestricta de los mercados, la
aplicación de políticas fiscales que gravan el consumo antes que la
producción – el famoso IVA-, la liberalización de las inversiones
y la desregulación de las actividades económicas así como la
flexibilización laboral, no parecen estar en crisis sino haberse
establecido muy firmemente.
Claro que las características
excluyentes de este modelo generan crisis sociales y políticas;
también un escaso crecimiento. Ambos problemas se han salvado hasta
el presente con el control social, la despolitización y la exclusión
crecientes. Es posible que en adelante, se tengan que realizar
modificaciones o ajustes pero para entonces la reorganización global
y la nueva fase de concentración ya se habrán consolidado.
Hay una contradicción aparente entre
un Estado debilitado y una violencia estatal cada vez mayor, tanto
dentro como fuera de las fronteras nacionales, que surge de
identificar Estado con Estado-Nación. Se ha debilitado la soberanía
de la mayor parte de los Estados-Nación. Sin embargo, la institución
del Estado corresponde más bien a la instancia capaz de establecer
una legislación de carácter obligatorio, ejecutarla, vigilar su
cumplimiento y castigar las posibles transgresiones (que son las
funciones principales de los tres poderes). Estas funciones, antes
privativas de los Estados Nación, hoy se ejecutan a nivel nacional,
pero se establecen y se vigilan desde organismos internacionales que
tienen la capacidad de implantar legislaciones que prácticamente
imponen a nivel global (como las leyes especiales antiterroristas),
por no hablar de las políticas económicas y sociales. Por su parte,
vigilan su cumplimiento y tienen la fuerza económica y militar para
castigar cualquier acto que consideren violatorio, desde sanciones
económicas hasta intervenciones militares directas.
No es un Estado el que dicta e impone,
ni siquiera un grupo de Estados, sino lo que podríamos llamar
instancias estatales fuertemente ligadas con ciertos Estados y con
grupos privados de poder, como las grandes corporaciones. De tal
manera que se ejercen violencias de Estado, avaladas por Estados
específicos y ejecutadas por sus ejércitos, sus policías y sus
servicios de inteligencia, pero sobre todo, reconocidas y aceptadas
por la comunidad internacional como válidas o en todo caso, como
irresistibles.
Pilar Calveiro se exiló en México
en 1979, luego de haber estado detenida ilegalmente en la ESMA. Es
autora de “Violencias de Estado: la guerra antiterrorista y la
guerra contra el crimen como medios de control global”, y otras
importantes contribuciones al estudio de las relaciones entre estado
y violencia.
La entrevista que reproducimos
parcialmente fue publicada en el número 461 (28/07/2012) de la
revista “Ñ”.
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