Por Oscar González*
Las
piruetas de los dirigentes sindicales que estuvieron al frente del 20-N
no dejan de asombrar, pero el intercambio suscitado a propósito del 7-D
durante la conferencia de prensa del martes pasado en la CGT esclarece
en más de un sentido.
Para
Pablo Micheli, de la CTA disidente, que el grupo emblemático de la
prensa hegemónica deba comenzar a cumplir con la ley de medios es
absolutamente irrelevante. “¿Qué trabajador puede comprar un canal o una
radio?”, disparó en respaldo de su argumento. Por su parte, Hugo
Moyano, mandamás de los camioneros, aseguró: “El monopolio privado no es
bueno, pero el monopolio estatal es más jodido porque lo pagamos
nosotros”.
El
repentino sentido común del primero y el súbito republicanismo liberal
del segundo no tienen nada de inocentes. Aun prescindiendo de toda
visión conspirativa, es imposible no detectar la autoría del libreto, el
mismo que viene recitando aquel grupo desde sus pantallas.
Si
bien las sutilezas teóricas nunca han sido el fuerte de Moyano y
Micheli –y en consecuencia no sería razonable esperar que citaran a
Gramsci para desentrañar la centralidad de la hegemonía cultural-, ese
posicionamiento deja en claro que, detrás de cierta fraseología
obrerista, han abrazado una opción política que no es precisamente la de
los trabajadores.
La
prescindencia en materia política, que signó la historia de la
corriente sindicalista del movimiento obrero a comienzos del siglo XX,
se disipó hace muchas décadas, cuando las ideas de Georges Sorel se
fueron desvaneciendo junto a la ilusión corporativa de que la sociedad
podía avanzar a partir de la lucha meramente sindical. Ya antes del 45, y
más claramente a partir de entonces, los trabajadores asumieron que la
acción política era insoslayable para la defensa de sus derechos.
Pero
a diferencia de hoy día, aquel sindicalismo apolítico –pero al que
incluso se llamó revolucionario por sus demandas de clase- protagonizó
valientes episodios de lucha contra la clase dominante y jamás hubiera
recibido el apoyo que sí obtuvieron ahora Moyano y Micheli de los medios
concentrados, las patronales agrarias y la elite cacerolera. La
comparación entre aquellas gestas y estas sumisiones inspira algo más
que vergüenza ajena.
*Integrante de la mesa nacional de la Confederación Socialista Argentina
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